La primera vez que llegue a
Tihosuco fue por pura casualidad. Viajando con un amigo, nos perdimos en una
carretera camino a Valladolid. Con los estómagos vacíos y un poco desorientados,
decidimos adentrarnos por las calles que desembocaban a la carretera federal. Andando
por el pueblo, pudimos observar mujeres con su “huipil” tradicional caminando
hacia el molino, niños jugando en las calles y en sí, el ir y venir de una
comunidad maya tradicional. Llegando al centro del pueblo, y como una visión, apareció
ante nosotros aquella espectacular iglesia. Un edificio derrumbado en varias de
sus paredes que le daban un sello muy particular.
El Templo del Santo Niño Jesús
en la comunidad de Tihosuco se encuentra aún en ruinas, producto de una explosión
de la Guerra de Castas por ahí del año de 1847. Pero, ¿cuándo habíamos visto un
edificio derrumbado tan hermoso?
Por su fachada destruida se alcanzaban a colar
unos rayos de sol que iluminaban de forma natural el interior de la nave
principal del Templo. Sin dudarlo, nos bajamos del carro y decidimos ir a
explorar la belleza que habíamos encontrado. Nos tomó por sorpresa descubrir
que a pesar de su condición, el Templo sigue siendo utilizado para las misas
regulares de la comunidad. Sus ruinas y derrumbes, se han convertido en una situación
cotidiana de la sociedad del lugar. La vegetación se combina con las bancas de
la nave y de sus pórticos se observa el andar de las calles y su dinámica natural.
Nos enamoramos de Tihosuco, de
un lugar que transpira historia. Cada pared destruida cuenta por si misma un
pedazo de las leyendas e historias de las comunidades mayas de Yucatán.
Asi
sucede cuando la destrucción se convierte en encanto...
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